Al otro lado de la cama

Pedro and María Antonia (© Pedro Riera)

Recuerdo muy bien mi infancia, que se desarrollaba más en casa de mis abuelos que con mis padres.

Mis padres viajaban frecuentemente a Madrid y yo me quedaba en casa de mis abuelos cuando ellos estaban fuera. Mis padres llamaban todas las noches, pero, a pesar de que yo era pequeño, podía ver que las llamadas hacían que mis abuelos estuvieran tristes. En aquel momento yo no entendía lo que estaba pasando, ni podía hacer nada para ayudar, simplemente esperaba que mis padres volvieran pronto a casa.

La siguiente vez que mis padres planearon un viaje a Madrid, les supliqué para que me llevaran con ellos, pensando que los viajes que realizaban a esta ciudad tenían un fin vacacional y yo no podía ir. Fue tal mi terquedad, que mis padres, cansados de oír mis quejas y rabietas, decidieron darme una lección que no iba a olvidar jamás. Mi primer viaje a Madrid resultó ser una terrible lección de humildad. Lo que era un viaje anhelado, según mi visión de niño, se tornó, a las pocas horas de la llegada, en un deseo de volver a casa inmediatamente. Bastaron unas horas interminables en el Hospital Ramón y Cajal, donde mi hermana seguía su lucha (con continuas pruebas médicas) para que aquel pequeño, que era yo, clamara: “Quiero volver a casa”. Tal fue mi impresión, que ni siquiera quise visitar el Estadio Santiago Bernabéu (campo del equipo de fútbol del Real Madrid).

Ahora, estos recuerdos me hacen sonreír, incluso a mis padres les hace gracia. Pero la realidad es que la vivencia de haber acompañado a mis padres a Madrid para una simple revisión de mi hermana no fue agradable e hizo que, al año siguiente, cuando mis padres me preguntaran si quería repetir la experiencia, mi respuesta fuera tajante: ¡No!

Y es que no hay que olvidar nunca que los que están “al otro lado de la cama” de un hospital -padres, hermanos y amigos- también tienen su parte de sufrimiento. El mayor sufrimiento del que se encuentra “al otro lado de esa cama” es sentirse impotente ante el sufrimiento de su hijo/a o hermano/a.
El amor de los padres y hermanos es el mayor tesoro con el que cuenta el niño enfermo, también la paciencia infinita, la lucha diaria a su lado y las sonrisas. Todos esos momentos son los que aportan al niño las fuerzas necesarias para seguir luchando por salir adelante.

Pedro, hermano de María Antonia, que nació con una Tetralogía de Fallot y que, recientemente, cumplió 30 años.

Autor: Pedro Riera